Reduciendo el aprendizaje a su mínima expresión

Hace un tiempo compartí en la página de INED21 unas reflexiones  en relación a algo que se cernía sobre mi centro y que yo no terminaba, ni termino, de entender: hacer exámenes comunes para todo el alumnado. No voy a repetir aquellos argumentos en contra de esta medida, pero sí me gustaría, al menos, mencionarlos de manera general:

  • es un modelo de evaluación que no respeta el objetivo de una escuela inclusiva
  • es un modelo de evaluación que la reduce a un momento, despreciando todo el proceso
  • es un modelo que refuerza una escuela mecánica, memorística y estandarizada

Y, en definitiva,

“que demuestra una lamentable negación de la realidad e incluso de la legalidad ya que propuestas de este tipo fomentan el aprendizaje y la enseñanza memorística basada en contenidos inagotables, desprecia la formación integral que haga competente al alumnado, refuerza el carácter simplemente calificatorio de la evaluación y niega la evidencia más clara de nuestras aulas: la diversidad de ritmos de aprendizaje y de capacidades de nuestro alumnado. Es, y perdonen la imagen, como darle un laxante a alguien que tiene diarrea.”

Este curso la cuestión se ha complicado puesto que se ha impuesto un modelo de “semana de exámenes” con un calendario fijado por la dirección y se ha presionado velada e indirectamente a los departamentos para que cumplan con una serie de contenidos (en realidad, leáse temas del libro) al trimestre. Esto ha creado dos elementos que se añaden a los argumentos anteriores para que mi postura sea todavía más contraria. En primer lugar, esa semana, o semanas, no se puede hacer otra cosa que examinar o hablar de los exámenes, reduciendo todavía más el tiempo de aula para el verdadero aprendizaje, es decir, esas dos semanas los alumnos no quieren oír hablar de otra cosa que no sean sus exámenes. Y, en segundo lugar, se ha conseguido algo nefasto: una carrera de los docentes para terminar lo acordado y, por lo tanto, una sensación de angustia en el alumnado que ve como los temas (léase ahora, contenidos) pasan por delante suyo sin que se enteren de mucho o de nada, reduciendo el aprendizaje a la más mínima de sus expresiones, fomentando el aprendizaje memorístico y bulímico y reforzando esa nefasta pero tan extendida idea de que evaluar es calificar. Bueno, mejor dicho, examinar.

Ante esta situación, planteé en Twitter la encuesta que podemos ver en esta imagen y que obtuvo un resultado mayoritariamente contrario a ese tipo de exámenes.

Creo que este intento de estandarizar la evaluación supone tener un enfoque muy reduccionista del concepto de evaluación y tener un enfoque muy tradicional y, también, muy reduccionista del concepto de aprendizaje. Y, sobre todo, ofrecer la imagen de una Escuela que no enseña, sino que se limita a cumplir el programa, el temario (del libro de texto, no del currículo) y que, por lo tanto, hace cada vez más absurda nuestra función docente que queda así limitada a cuestiones administrativas y burocráticas porque sólo interesa, o nos obligan, a cumplir el programa y no qué y cuánto aprenden nuestros alumnos, que creo es, o debería ser, el verdadero objetivo de nuestro trabajo como maestros.

En definitiva, creo que así se reduce el aprendizaje de nuestro alumnado a su más mínima expresión. Hundido. A la deriva.

Y la votación sigue abierta, ahora en este ENLACE.

Y aquí podéis ir viendo los resultados:

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